Leer la Parasha y Haftara Behaalotja
Núm 11:33 Aún estaba la carne entre los dientes de ellos, antes que fuese masticada, cuando la ira de YHWH se encendió en el pueblo, e hirió YHWH al pueblo con una plaga muy grande.
Núm 11:34 Y llamó el nombre de aquel lugar Kibrot-hataava, por cuanto allí sepultaron al pueblo codicioso.
El deseo egoísta no puede ser saciado de una manera normal, en el momento en que satisfacemos nuestros deseos egoístas, encontramos satisfacción pero momentáneamente, ya que el deseo desaparece al ser satisfecho, y el placer también se va con el deseo satisfecho, y como seres humanos egoístas inmediatamente generamos otro deseo, ahora mayor que el primero, para volver a buscar la manera de satisfacerlo y volver sentir el placer de la satisfacción, eso se repite una y otra vez.
El deseo de un corazón egoísta es insaciable, siempre deseará más de lo que necesita, y cuando alcance lo deseado, inmediatamente su deseo egoísta crecerá de nuevo y nunca alcanzará la satisfacción anhelada.
Los corazones no rectificados que sienten la necesidad de mitigar sus conciencias con “cierta elevación espiritual” crean sistemas religiosos espirituales establecidos y regidos por el mismo deseo egoísta que los ha regido antes de convertirse en religiosos, y la “experiencia religiosa espiritual” en lugar de corregir sus deseos egoístas, los alimenta y hace que crezcan desmedidamente.
LA IDOLATRIA
El dios que persigue el corazón egoísta es un dios hechura de sus manos y diseño de sus mentes, un dios que existe específicamente para satisfacer sus deseos más egoístas y banales, de allí la palabra plegaria, que es un ruego humilde para pedir algo, y para nada más, para pedir, ya que su dios es un dios que está a su servicio, para satisfacer sus necesidades, como un genio de una lámpara mágica. En estos sistemas religiosos todo gira alrededor de las necesidades del hombre y de un dios que las abastece.
El pueblo en el desierto pidió carne, y usando su lógica compararon el maná que caía del cielo con la comida gratis que comían en Egipto y menospreciaron lo que el Eterno les estaba dando, un pan del cielo, era un pueblo que no había rectificado su egoísmo y aunque el Eterno les dio lo que pedían, no fue para bien sino para muerte, porque la furia del Eterno cayó sobre ellos.
Nuestros padres anduvieron errantes por 40 años en el desierto, pero no olvidemos que fue por su desobediencia que estuvieron tantos años en el desierto, y aunque vieron diaria y continuamente la bondad del Eterno sobre ellos, milagro tras milagro, aunque del cielo caía su comida todos los días, y la nube que los guiaba no cesó de estar con ellos, aunque la columna de fuego siguió iluminándolos de noche, aunque sus ropas no envejecieron y sus pies no se hincharon de tanto caminar, había un decreto de muerte sobre cada uno de ellos, y aunque todo esto puede hacer creer a un corazón egoísta que su dios se agrada de él por todo lo que recibe y le está dando, sobre nuestros padres en ese desierto había un decreto de muerte que el Eterno había puesto sobre ellos, aunque les diera todo eso, por tener un corazón no recto delante de Él, por no haber rectificado su egoísmo, por seguir siendo esclavos de su Yatzer Hará.
Un evangelio que no transforma el corazón del hombre, no es evangelio.
Una Torá que no transforma el corazón del hombre, no es la Torá del Eterno.
Un Mesías que no tiene el poder de cambiar el corazón del hombre, no es el Mesías.
NO HAY JUSTIFICACIÓN
Y aunque el hombre pueda enumerar todo lo que su dios o el Eterno le da, tratando de justificarse, diciendo que por todo ello su vida es del agrado de su dios o del Eterno, y aunque sus oraciones sean contestadas, eso solo es válido para un dios hechura del hombre y su religión, porque para el Eterno y para su Torá (Moshé) solo un corazón rectificado por Su poder redentor es válido y agradable delante del Trono Celestial, aunque solo coma maná y nada más.
Deu 30:6 Y circuncidará YHWH tu Elohim tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a YHWH tu Elohim con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.
R. Yehuda ben Israel