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Leer la parashá Haazinu y la haftará

Deu 32:1 ¡Prestad oído, cielos, y hablaré! Oye, oh tierra, los dichos de mi boca.

Deu 32:2 Gotee como la lluvia mi doctrina, Y como el rocío destile mi palabra, Como llovizna sobre la hierba, Como chubascos sobre la grama,

Deu 32:3 Porque he de proclamar el nombre de YHVH. ¡Atribuid la grandeza a nuestro Dios!

Nuestra parashá de esta semana es un cántico, como lo dice la Torá: Entonces Moisés recitó a oídos de toda la congregación de Israel, de principio a fin, las palabras de este cántico…

Debido a eso es que se acostumbra leer la Torá cantada en las sinagogas, adjudicando estás palabras no solo al capítulo 32 de Devarím sino a toda la Torá.

Nuestra parashá hace una analogía interesante entre la lluvia y la doctrina o instrucción, la palabra Lekaj que se ha traducido aquí como doctrina en su raíz significa “tomar o aceptar” de ahí es que también se entiende como “instrucción” que se recibe de un maestro.

Para “tomar” de esa agua una persona tendría que ver hacia arriba, los cielos, de donde esa agua está cayendo, dándonos la enseñanza de que la humildad es necesaria para poder “tomar” de Su instrucción, ese entendimiento no es algo que el hombre logra, sino que le es dado del cielo y el hombre solo debe de trabajarse o moldearse para ser un vasija digna de lo que se le está dando.

Los sabios comparan a la Torá con el agua, la cual desciende hasta los lugares más bajos abriéndose camino y filtrándose cuando sea necesario para llegar hasta lo más bajo, así el hombre tendrá que bajar su cabeza para tomar de ella.

¿Por qué Moshé le habla a los cielos y a la tierra? También los pone como testigos en contra del pueblo en unos capítulos anteriores, esto es porque los cielos y la tierra representan la gran dualidad de esta creación, el mundo espiritual (cielos) y el mundo material (tierra), nuestra alma que vivifica al hombre (cielos) el cuerpo físico (tierra), las intenciones (cielos) y los actos (tierra).

A lo largo de la Torá se nos habla de obediencia a los mandamientos, que regularmente las personas se equivocan en verlos como actos físicos de obediencia (haz esto… no hagas esto) como si el Eterno anduviera buscando siervos que le obedecieran, pero no es así.    El Eterno en su Torá nos dice que lo que Él quiere de nosotros es nuestro amor.

Deu 30:6 YHVH tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, para que ames a YHVH tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.

Ese amor es lo que representa la palabra “cielos”, esa parte espiritual que no está a la vista de todos, solo de algunos sabios que puede ver a través de los actos de los hombres lo que realmente hay en su corazón.

Así es como los religiosos buscan la obediencia, predican la obediencia, quieren enseñar a otros a obedecer, pero en el camino provocan daño a sus prójimos o a ellos mismos, mostrando que su obediencia no es impulsada por el amor, su religión está basada sólo en este mundo, la tierra, los actos y su percepción egoísta de cómo lo perciben.

El amor al Eterno, que debe ser la única razón que nos debe impulsar a la obediencia hace de la obediencia una herramienta para manifestar nuestro amor, pero no solo el amor a Él, aunque sea la base de todo, sino que también el amor a nuestro prójimo, entonces nuestra obediencia no provoca daños sino que restaura y sana a todos los involucrados.

No podemos decir que amamos al Eterno y no a nuestro prójimo, no podemos decir que somos fieles al Eterno y no al hombre, la verdadera obediencia a los mandamientos del Eterno debe ser impulsada y revestida de amor porque solo así reflejamos Su esencia, que es amor por medio de nuestros actos.

Deu 32:3 Porque he de proclamar el nombre de YHVH. ¡Atribuid la grandeza a nuestro Dios!

Porque nuestros actos en este mundo, cuando son impulsados por el amor, proclaman la Gloria de Su Nombre y hace que los que estén a nuestro alrededor atribuyan grandeza a nuestro Elohim.

En lugar de eso, cuando la obediencia es causa y consecuencia de nuestro amor por el Eterno, el honor y la grandeza que intenta exaltar el hombre con sus actos, son los suyos propios.

Deu 32:15 Ieshurún engordó y pateó.  Engordaste, te volviste espeso, corpulento, y abandonó a Dios, su Hacedor, y desdeñó a la Roca de su salvación.

Entonces la arrogancia y el clasismo se apoderan del corazón del hombre y si bien sus actos parecen correctos (tierra) su corazón está separado del Eterno (cielos).

Hab 2:4 He aquí, aquel cuya alma no es recta está envanecido, pero el justo por su fe vivirá.

El profeta nos recuerda que lo importante no es la obediencia, sino el amor o fe con que se obedece, así los dos testigos, el cielo y la tierra, testimoniarán a nuestro favor, y nuestra observancia de los mandamientos hará que interpretemos este cántico de la Torá, en lugar de sólo cantarlo.

Shabat Shalom

R. Yehuda ben Israel

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